sábado, 30 de marzo de 2013

Biografía de Pandora



Por Pandora Coelho

Nací en un pueblecito del interior de São Paulo, Brasil. Fui concebida por una pareja de jóvenes hipes en los años sesenta y muchos. Mi madre, reportera de un periódico importante, logró un puesto internacional. Así que en mi primera infancia y hasta los seis años, viajé por todo el mundo con ella. Luego, al ingresar en la escuela, fui dejada a los cuidados de una familia de clase baja. Recibí una educación cristiana y muy severa, donde el respecto era el principal lema. Tenía que respetar hasta las piedras.
En mi adolescencia, indagué por mi padre. A quién, al conocer, me decepcionó profundamente. Y a pesar de no quererle, llevo sus genes y naturalmente estoy siguiendo sus pasos por puro instinto. Mi madre siempre me decía y dice; “¡Eres igual que tu padre!” Esto me pone furiosa porque no quiero parecerme a él en nada.

Con catorce años tuve mi primer amor y a razón de ello comencé a escribir. Mis profesores, encantados y maravillados con mis poemas y sonetos me incentivaban a escribir más y más. A los quince tuve mi primer libro, ayudado por mi madre, claro. Una edición pequeña y limitada.
Me pagaron escuela de pintura, baile y otras tantas que siempre dejé para leer y escribir.  Solamente dejé de lado mi hábito por unos cuantos años, aunque seguí con mis anotaciones. En los ochenta, cuando el “movimiento punk” estaba de moda, fui punk, skinhead y hasta gótica. Estudié técnico en publicidad. Luego ingresé en la universidad de psicología por un periodo de dieciocho meses y luego abandoné. No veía justo que me pagasen las mensualidades para que yo pasase las noches en un bar, entre amigos, jugando a las cartas.
Mi psicólogo decía que todo mi trastorno provenía por la falta de la figura paterna. ¿Qué sabía él? Si mi padre es quien me ha educado, alimentado y cuidado…
Fue por estos años que mi progenitor logró el “¡Bum!” y se hizo famoso. Lo odié aun más.
En los noventa resolví casarme y separarme al año. Volví a ingresar en la universidad, esta vez en administración de empresas. Ya más madura, resolví montar un negocio con otras cuatro amigas. Tal empresa duró ocho meses. No estábamos dispuestas, ninguna a dejarse mandar por la otra. En aquello entonces ya me había marchado de casa. Tenía mi casa y mi vida.
Una vez terminada la carrera y con la empresa desmantelada, decidí aventurarme por el mundo. Era llegada la hora de recordar los muchos lugares que había estado cuando era solo una niña. Escribí en cuatro trozos de papeles; España, Italia, Japón y EEUU. Por suerte o azar, me salió España.
En el año mil novecientos noventa y cuatro, vine a pasar las vacaciones. Esto dije a mi madre. En la verdad, vine fugada de mi cardiólogo que no me dejaba en paz. Había tenido un problema de arritmia y fue consultar. Cuando entré en la consulta casi me caigo de espaldas. Detrás de la mesa un joven muy simpático y guapito.
Después de la segunda consulta, Marcos, así se llamaba, me invitó a salir. Me hice la dura. No deseaba volver a tener una relación con el sexo opuesto jamás. Pero acabé cediendo a la insistencia del joven doctor. Salimos a cenar y a bailar.
Aquel día cuando llegué a casa, estaba decidida que no volvería a la consulta jamás de los jamás. Sin embargo, el joven doctor comenzó a llamarme. Era tan insistente que comencé a sentirme presionada, acorralada, cohibida y hasta acosada.
En España, mi vida —repitiendo la de mi padre— fue fiesta, fiesta y más fiesta. Llegó al punto que mi hermana, quien me hospedaba en su casa, me dio una citación; o cambiaba de vida y buscaba un trabajo o volvía a Brasil. Resultado, busqué trabajo, lo encontré y me cambié a un piso en la zona de LLanes, Asturias. Pero mi vida siguió siendo la misma; fiesta, trabajo-trabajo, fiesta.
Conocí a Arturo. Vivimos un año. Luego se mató en un accidente de tráfico. Decididamente no estaba hecha para tener una vida en común con nadie. Volví a mi país.
Me aburría. Mis “padres” me presionaban, mi madre biológica me presionaba, todos me exigían que madurara. Volví a España. Fui a Italia. Volví a España. Entonces conocí a mi actual marido. Salíamos en la misma pandilla, de fiesta, claro. A los dieciocho meses nos casamos en Brasil. 
Yo iba volver a montar la empresa, pero él no quiso quedar. Vinimos para Europa. Aquí me dediqué a tener dos hijas lindas, criarla y educarlas. Cansada de mi vida rutinaria de madre, esposa y ama de hogar, decidí volver al mundo laboral. Montamos una empresa de construcción. Entonces entré para trabajar en el Ayuntamiento local ocupando una plaza que no era mía. Al poco tiempo tuve que dejarla a su nuevo dueño.
Pasé de una empresa a otra, desempeñando diversos puestos en diversas áreas, pero seguí integrada en el Ayuntamiento local, ayudando en eventos y la asistencia de mujeres victimas de la violencia. Fue entonces cuando retomé mi amor antiguo, la escritura. Durante todos estos años, solo hacía anotaciones, pero no desenvolvía nada.
Fue entonces cuando me encontré con una enorme barrera; la ortografía y gramática castellana. Un impedimento que me llevó cinco largos años para comenzar a entenderla. Comencé a participar en concursos literarios a la vez que hacía cursos de escritura creativa. Los dos primeros años fueron pura desilusión, hasta que en dos mil y diez tuve mi primer relato editado en una revista en Argentina. Esto me animó a seguir. A finales del mismo años un tercer premio en FIMBA.  En dos mil doce un séptimo galardón en Internautas, dos libros compartidos y una novela, y en dos mil trece otro libro compartido. Lo que más me alegra es que he logrado todo esto sola, mismo sabiendo que mi progenitor vive cerca de la frontera con Francia, a pocas horas de Asturias.
Soy consciente que aun me queda un largo camino para recorrer, pero estos pequeños detalles me animan a seguir estudiando, practicando y aprendiendo. A pesar de la crisis que forzó el cierre de la empresa donde trabajaba, dejándome en una situación delicada; como la mayoría de los españoles de hoy en día; y el cierre de la empresa familiar, encontré en mi familia el ánimo para seguir y no parar.